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24 ago 2009

Tradición, dinero… y ¿prohibición?

Por:Erick Ortega Pérez

La Cámara de Senadores discute una ley que impida las riñas de gallos en territorio boliviano, una situación que provoca la presión de activistas de los animales y de los que practican este “deporte”. En el país, se estima que hay unos 2.000 galleros “profesionales” que asisten a las citas en las nueve regiones, los cuales mueven una bolsa de más de 1.500 dólares por torneo

Quienes lo conocen dicen que nació para matar. O morir. Quizás ambas cosas a la vez. Poco antes de enfrentar su destino, el gallo blanco es acurrucado por su amo, que lo llena de caricias. Le clava sus ojos y una frase: “Hijo, hijito, no te vas a dejar. Tú sabes pelear, yo te he enseñado”. El ave observa su alrededor en silencio. En las graderías del ruedo hay medio centenar de personas. Gritan, apuestan y el animal está a punto de vivir 20 minutos de infarto…

Las riñas de gallos se debaten entre la tradición y la prohibición en el país. Los cultores de esta práctica la definen como un deporte ancestral, en tanto que los protectores de animales explican que se trata de una crueldad. En medio de la pelea hay unos dos millares de personas que viven gracias a las rivalidades de estas aves. La Cámara de Senadores igual entró al ruedo y está en marcha el debate sobre un proyecto de ley para la prohibición de la crianza de animales domésticos destinados a estos espectáculos públicos. Pero los galleros anuncian resistencia.

La tradición

La historia cuenta que el presidente José Manuel Pando murió el 17 de junio de 1917 mientras volvía de su estancia en el poblado de Luribay. “Lo que pocos saben es que era un aficionado de los gallos y se descubrió a sus asesinos porque éstos los llevaron a pelear”, relata Raúl Paredes, presidente de Assel, el Club de Gallos de La Paz. El papá de Raúl fue un gallero reconocido de la ciudad, y el padre de su padre también se dedicaba a este “deporte”.

Raúl Paredes es la metáfora viva de un gallo viejo. Los ojos pequeños y con bordes rojos y arrugados. Un muy ligero temblor le recorre el cuerpo. Pero cuando tiene que dar algún comentario, lo hace como un picotazo certero. “Pueblo que pierde sus tradiciones pierde su identidad”, habla amparado en su experiencia. Tiene siete décadas visitando palenques donde los gallos se vuelven combatientes, cuerpo a cuerpo. “Mis primeras peleas las vi cuando tenía unos 13 años”.

Cuenta que las batallas se dieron desde tiempos inmemoriales en La Paz y especialmente en las provincias. “En Yungas es una tradición ver las peleas; vaya usted a las fiestas y verá buenas riñas”. Una herencia que quedó desde los conquistadores españoles.

Domingo estuvo en la fiesta de la Virgen de las Nieves, en los ruedos que se organizan cada agosto en Irupana, en Sud Yungas, a unas cinco horas en vehículo de la ciudad de La Paz. Allí vive Julio Palacios.

Cuando habla de los gallos, Palacios achina los ojos de espesas cejas y cuenta que antes los galleros viajaban hasta un día sobre sus caballos de pueblo en pueblo. En cada brazo llevaban un ave para las peleas. Aclara que a él no le gustan estas riñas, aunque su papá Emiliano era un hombre que las adoraba.

Vicente Sánchez, de la localidad de Chicaloma, tiene 40 años participando en estas peleas y viaja por la mayoría de las aldeas sudyungueñas para enfrentar a sus animales. Posee 20 ejemplares. “A veces gano, a veces pierdo”, cuenta. Pero no deja de ir a los combates junto con una decena de chicalomeños, entre apostadores, entrenadores y cuidadores.

Y hay más datos de la “tradición”. “Desde que existía la Audiencia de Charcas, y eso está documentado en el Archivo Nacional de Bolivia, se ha permitido la pelea de gallos”, dice José Franz Avilés; él emprende la cruzada a favor de estas riñas y representa al club avícola Pablo Gutiérrez Jiménez, de la ciudad de Santa Cruz.

Entre los papeles más antiguos a los que accedió Domingo, y que dan “legalidad” a esta práctica, se hallan las copias del Reconocimiento de Personería Jurídica y Aprobación de estatutos de Assel Club de Gallos La Paz, en la sede del Gobierno, documento firmado el 13 de mayo de 1975 por el entonces presidente de la República Hugo Banzer Suárez. Y el 28 de junio de 1978, el mismo general avaló la existencia del Club La Tablada, en Tarija.

La riña

El gallo blanco está enfurecido. El plumaje bajo su cuello se convierte en un abanico. Sus patas se balancean. Dobla el pescuezo hacia adelante. Identifica su objetivo con los ojos. Un par de segundos después, salta. Manda los puyones (fierros atados a sus patas) hacia el rostro de su adversario, que igual brinca. Ambos chocan en el aire con un aleteo. El Colorado y el Blanco se hieren en el pecho. Empieza la lid.

Minutos antes de la batalla, el Blanco topó la mirada con el Colorado. Sus entrenadores los pesaron y los enfrentaron pecho a pecho. Los alejaron mientras desde las tribunas la gente gritaba eufórica en favor de uno y de otro. Sus dueños apostaron 500 bolivianos por animal. Es decir, el ganador se llevará 1.000 bolivianos y el perdedor, nada.

El primer golpe es a favor del Blanco. El Colorado salta menos, pero es más certero. Picotazos van. Picotazos vienen. El público grita y grita. El juez pide silencio. Entre los curiosos también se apuesta otro medio millar de bolivianos, y lanzan los billetes al ruedo con una sentencia: “Le apuesto al Blanco”, “acepto la apuesta”. El referí reúne la bolsa de todos los jugadores. En el palenque caen las primeras plumas. La pelea sigue.

“Dele m’ijo, dele m’ijito”, apoyan algunos. Otros gritan: “Rompa esa ala”, “picotee duro”, “saque el ojo”. Pasan los diez primeros minutos de clamores y picotazos. Las aves están intactas. El Colorado luce más cansado. Alguien rumorea que el Blanco perderá. Dice que le tiene miedo a la sangre. Cual si fuera una premonición, el Colorado acierta en la parte baja del ojo de su rival. Éste sangra…

Heridas mortales

“Es una práctica cruel. No se puede permitir que se picoteen hasta matarse. Hace tiempo que se debería erradicar esta masacre de nuestras culturas”, cuestiona afligida Susana del Carpio, representante de Animales SOS.

La sangre y los rituales tétricos son moneda corriente en estas contiendas. Y nada es dado por hecho, porque sólo los más fuertes sobreviven. Por ejemplo, Julio Palacios recuerda que en una ocasión vio cómo un gallo perdió una partida ganada. “El otro ya estaba ciego, pero igual aleteaba y picoteaba. Hasta que en uno de esos ratos saltó y de un golpe mató al otro”. Cuenta que en otra cita de esta índole vio al vencedor cantando sobre el cadáver de su rival. “Desde que he visto eso ya no me gustan las riñas”.

Mientras en el ruedo de Irupana el Colorado y el Blanco intercambian picotazos, en la parte trasera, un excombatiente que cayó derrotado luce sin signos de vida. Junto a él está otro peleador, agonizante, que se resiste a doblar las rodillas para descansar en paz. Un camposanto sin deudos, sólo para los vencidos. Este “deporte” y estas imágenes de dolor han provocado una cruzada por parte de activistas de los derechos de los animales.

Una de ellas es Ana Serrano Revollo, impulsora de la prohibición legal de la riña de gallos. “No se puede negar que antes existía, igual que las ofrendas de animales que se hacen a la Pachamama, pero no por eso vamos a seguir permitiendo esta matanza”.

La Comisión de Desarrollo Sostenible del Senado analiza el veto del uso de gallos en estos espectáculos públicos. Ya se escucharon los alegatos de galleros y ambientalistas; ahora lo que queda es esperar el primer informe del proyecto que, en el mejor de los casos, puede ser aprobado y promulgado en dos meses.

Según supo la revista, la futura norma tiene bastante consenso para que no se continúe con esta práctica, pero los galleros anuncian resistencia, apoyándose en que es algo tradicional y, aparte, tienen un par de ases bajo la manga, como que hay parlamentarios aficionados a estas riñas.

Los congresistas han encerrado la norma propuesta bajo siete llaves y evitan dar declaraciones al respecto. Personal encargado de su redacción revela que los sectores en disputa presionan para que el texto se escriba de tal o cual manera, pero no son sólo los detractores y cultores de estas contiendas. En el nuevo reglamento, por ejemplo, hay “gente radical” que pretende impulsar que se impida el consumo de carne y huevos de las aves.

En la región ya existen prohibiciones para las peleas de gallos, en Argentina y Perú; ahora Bolivia pretende sumarse a esta campaña para salvaguardar la integridad de estos animales. Incluso en julio se promulgó una norma que “prohíbe el uso de animales salvajes y domésticos en los espectáculos circenses por constituir un acto de crueldad”. Y habría unos 50 espacios de estas características que deberán acomodarse a esta normativa hasta el siguiente año, aunque las riñas plumíferas se ubican al margen de esta disposición.

Entre dios y la genética

“¿Por qué no debe promulgarse esta ley?”, se le cuestiona a Raúl Paredes, y éste se prepara para lanzar una frase que —para él— es irrebatible: “Porque Dios ha hecho a estos animales así. Los ha hecho de combate”. Además de los argumentos históricos, los galleros cimentaron sus razones en un asunto genético. “Nosotros conservamos esta raza pura”, manifiesta el abogado Franz Avilés.

Según el libro El gallo de combate, de Abraham Domínguez Vargas, la especie de pelea proviene de la Gallus bankiva o ave salvaje de la jungla y alguna hibridación con la Gallus sonerati o ave salvaje gris. Éstas tienen un instinto de conservación que las hace peligrosas frente a sus parientes domésticos. El texto añade que los expertos practican la “gallicultura” , que es la técnica de la crianza y explotación científica del gallo de pelea. Y así no se corta el hilo genético de esta raza.

Desde que salen del huevo hasta los primeros siete meses, estos animales criados para pelear viven en aparente paz. Después no pueden convivir con otros de su misma estirpe. “Pelear está en su sangre y no se puede hacer nada excepto separarlos y prepararlos”.

Los gallos ganadores son los más requeridos para procrear. Sus dueños los apartan y los unen con gallinas que fueron madres de otros ejemplares triunfadores. Éstos forman parte de la nueva camada de los galleros. Sin saberlo, los pollos seguirán el mismo destino que sus padres. Y en Bolivia hay “granjas especiales” para el cuidado de estos ejemplares.

Estos “centros” fueron armados en las capitales más importantes del país. No son fábricas, sino espacios destinados a la crianza hasta en las mismas casas urbanas o en canchones de los pueblos. Por ejemplo, Paredes tiene unos 40 gallos en el barrio paceño de Achumani. Explica que antes tenía sus animales en una zona céntrica, pero los vecinos se molestaban con los cantos sobre todo mañaneros. Según datos de los galleros en Santa Cruz, hay más de 2.000 “criaderos grandes” en el país, con alrededor de un centenar de cabezas por granja.

La raza de pelea se conserva, dice Paredes, en la mayoría de las urbes. “Hay gallos de pelea hasta en Oruro y Potosí”. Y las riñas también tienen el impulso de algunas comunidades rurales (como en la localidad paceña de Irupana). Ésa es la principal conclusión a la que llega Óscar Fernández, representante del Club Gallístico Central Cochabamba. “Con decirle que hasta algunas alcaldías han equipado los palenques”.

Gente detrás del ruedo

En Bolivia hay cinco clubes de gallos reconocidos por el Estado y están en La Paz, Cochabamba, Santa Cruz, Tarija y Sucre. De acuerdo con la documentación registrada por Domingo, todos tienen sus papeles al día. Y el más antiguo es Assel, que se fundó el 12 de octubre de 1952, pero su personería jurídica data de dos decenios después.

La “legalidad” de la documentación no va de la mano con la práctica de las riñas. Por ejemplo, según datos de Avilés, en Beni y Pando hay casi tanta afición como en Santa Cruz. Y lo mismo pasa en sus pueblos y en Oruro y Potosí, con asociaciones que carecen del aval estatal.

Ante la posible prohibición del rubro, hoy en día se sumaron todos los galleros “legales” para conformar una agrupación nacional que evite esto. Por ello, cuando la Comisión de Desarrollo Sostenible del Senado puso el tema en agenda, un grupo de estos galleros llegó a La Paz y expuso sus razones para que no se les cancele su “forma de vida”.

Además de las razones históricas y genéticas, los galleros se apoyan en el impacto social que puede generar la desaparición de este “deporte”. Sólo en el departamento de La Paz debe de haber unos 20.000 aficionados a las riñas, arguye Paredes.

No existe un censo del número de galleros en Bolivia, pero, de acuerdo con los datos de Santa Cruz, hay unos 2.000 “criadores grandes”. El abogado cruceño Avilés complementa que, aparte, los ruedos generan unos 2.000 empleos directos y otros 5.000 indirectos en el país, cifra avalada por sus homólogos de Cochabamba y La Paz.

Estos trabajos están relacionados con el cuidado, la alimentación y el transporte de las aves. Por ejemplo en lo primero, por cada 30 pollos hay una persona encargada de la manutención. Y en este campo se sitúan igualmente los entrenadores de los ejemplares, que son una pieza fundamental de la cadena porque, cuando un gallo gana, triunfa su cotización y la de su equipo de combate para las siguientes batallas.

A diferencia de otros animales, los gallos de pelea tienen una dieta especial. Se los cuida de manera delicada y poseen una alimentación de deportistas que está basada sobre todo en granos, huevos, proteínas, lechuga picada, avena Quaker y carne. Toda una inversión. Y los gastos para un gallero de ciudad son más elevados en relación con los de uno del campo.

Sólo como parámetro, en el área rural un gallero invierte unos 500 bolivianos en criar a un gallo de pelea, “desde el huevo”. Esta explicación fue admitida por los galleros yungueños que participaron en la contienda en Irupana. Pero los galleros urbanos, por no tener el alimento al alcance, invierten más.

En comparación con las aves de granja criadas para el consumo humano, Avilés remarca que los gallos de pelea son mejor tratados. “A los otros animales les tienen con luz todo el tiempo para que coman y coman. Después de engordarlos los matan y los venden. ¿Quién dice algo sobre esto? Nadie”. En cambio, con los gallos de combate existe un cuidado minucioso.

Los galleros “más pesados” de Bolivia están en Santa Cruz de la Sierra y se estima que son propietarios de hasta un centenar de guerreros alados por persona, Avilés relata que posee 80 ejemplares. En La Paz, Paredes ratifica que tiene 40 y es considerado uno de los mayores criadores de la urbe. “En promedio, cada gallero debe tener una veintena de animales listos para entrar en combate”.

La tradición gallera en suelo boliviano tiene su calendario. Las efemérides regionales son las propicias para las riñas. Por ejemplo, Assel organizó un gran campeonato por el Bicentenario de La Paz, y en las fechas patrias, Cochabamba fue escenario del más reciente encuentro nacional.

El país se programan diez citas oficiales, organizadas en cada celebración departamental: por ejemplo el 14 de septiembre en Cochabamba, el 24 en Santa Cruz y el 16 de julio en La Paz. A pesar de que no hay clubes oficiales en Pando, Beni, Oruro y Potosí, ello no evita la llegada de los galleros para exponer a sus ejemplares. Y en los pueblos pasa algo similar. Por ejemplo en la fiesta de Chulumani, 24 de agosto, se organizan estas riñas; igual en Coroico y otros lares yungueños.

Los palenques también se han multiplicado, aunque el ruedo cruceño tiene supremacía nacional. Únicamente en la “ciudad de los anillos” habría dos centenares de canchas. En La Paz y El Alto sólo los galleros saben de la existencia de los palenques. Los de La Paz comentan que hay ruedos incluso en El Alto, en barrios marginales paceños, en las provincias, pero las peleas más concurridas son en el “coliseo de pelea” de Assel, en la zona de Tembladerani.

Las riñas mueven mucho dinero. Sólo en Irupana había peleas en las que se apostaban hasta 1.000 bolivianos entre los dueños de los contrincantes. En los campeonatos nacionales la tasa es de 300 dólares para arriba. En cada jornada, sólo en las apuestas, los galleros pueden mover hasta 1.500 dólares, según las fuentes entrevistadas. Y la capital oriental igual es el sitio donde se dan las apuestas más fuertes, por ello es la más visitada en sus torneos, tanto por representantes nacionales como argentinos y brasileños, de acuerdo con la narración de los organizadores cruceños.

Pero los galleros prefieren no hablar sobre ganancias, porque hay más pérdidas por las inversiones a las cuales están expuestos. Dicen que lo hacen porque es sobre todo una tradición… una tradición como la que vive el Blanco, en el ruedo de Irupana.

La ira del gallo empieza a apagarse. En las graderías se rumorea que se asustó al ver sangre. El animal atina a esquivar los picotazos del Colorado. Se mete entre las alas de su rival; es un boxeador en busca de descanso. Se separan. Se miden con la mirada. Un extraño ruido sale de sus buches. El Blanco se agacha. Dobla las piernas. Acabó la lid.

El reglamento de estas contiendas entre plumíferos

El primer paso antes de una pelea de gallos es el pesaje. Como sucede en los campeonatos de boxeo, los animales son obligados a subirse a una balanza y se “coteja” a los rivales entre sí. Cuando se encuentra a dos ejemplares de peso similar, entonces empieza la “puja”. Es en este instante cuando los contendores son presentados al público. La riña se efectúa en ruedos que consisten en escenarios de unos cinco metros cuadrados y tienen la forma de un círculo. Igual que un circo de carpa, alrededor tienen graderías donde se hallan los apostadores y el público en general.

Los propietarios de los animales apuestan entre sí. En los pueblos las apuestas son a partir de unos 300 bolivianos; en los campeonatos nacionales se arriesga a partir de los 300 dólares. Los asistentes igualmente pueden apostar. Hay quienes apoyan a un ejemplar y anuncian su predilección con dinero. Para que se haga efectiva la apuesta se espera a que otro contendiente acepte la propuesta. Puede haber varias apuestas a la vez, además de la principal, de los propietarios y que es administrada por el juez y sus ayudantes.

El referí también debe controlar el tiempo de la pelea. La lid debe durar máximo media hora, si es que antes no hay un ganador. Así, una vez elegidos los contrincantes y hechas las apuestas, se colocan los puñones en las patas de los animales. Son fierros con los cuales se golpean uno al otro. Tras el topeteo inicial, los ejemplares son soltados en el ruedo. A los cinco minutos inicia propiamente la pelea. Mientras los gallos pelean, el público aún puede apostar y hay quienes lanzan dinero al ruedo para ver si alguien también se anima.

La pelea la gana el gallo que hace escapar a su rival. O el gallo que tumba por cinco minutos a su contendiente. El animal que por su propia voluntad se echa y evita dar más picotazos también es considerado perdedor. Si nada de esto sucede, entonces la batalla acaba en “tablas” y no se declara ganador a ninguno de los contendientes. En todos los casos, el juez es el que determina al ganador de las peleas.
http://www.laprensa .com.bo/domingo/ 23-08-09/ edicion.php
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