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1 sept 2009

Reglamento Taurino, regulando la tortura

El Reglamento Taurino, no es más que justificación legal y la descripción formal de la crueldad con animales, en el que el sufrimiento del toro ni tan siquiera se menciona
¿Cómo es posible que la tortura se encuentre reglamentada?. Pues así es, y no estoy hablando de la DINA de Pinochet o de los interrogatorios en Guantánamo, sino del País en el que yo escribo y Usted lee esto. La España perteneciente a la Unión Europea y que tan orgullosa se muestra de garantizar constitucionalmente la convivencia democrática y de respetar los derechos y libertades. En este lugar idílico es posible torturar y se hace continuamente, sin que sea necesario esconderse para ello, al contrario, las autoridades permiten y sufragan esos hechos para los que como decía, en el colmo de la vileza, existe incluso un Reglamento que los regula.

Estoy hablando de la tauromaquia. Este es el momento en el que unos cuantos se me echan encima diciéndome que no se puede aplicar el término "tortura" al dolor físico o psíquico infligido a un animal irracional; son los que miden el padecimiento en función de connotaciones lingüísticas, los mismos que se escandalizan si se le llama crimen al ahorcamiento de un galgo, al alanceamiento de un toro o a la cobardía de reventar a perdigonazos a un pichón recién soltado de un cajón. Franco denominó a su Guerra "Cruzada" y con eso quiso dotarla de una justificación divina, estos también emplean el diccionario como anestésico moral, tal vez creyendo que son las palabras las que convierten o no en realidad un hecho, cuando la naturaleza de éste no varía lo llamemos asesinato, fiesta, acto cruel o manifestación artística. Ni la naturaleza de la acción ni la angustia del toro, ambas son inmunes a los vaivenes semánticos.

El Reglamento Taurino, es una sucesión de artículos destinada a normalizar y ajustar a ley las corridas, las novilladas, los rejoneos y demás espectáculos pertenecientes a ese mundo perverso y cruento, en el que todo gira en torno al sufrimiento de un animal plenamente capacitado para sentir padecimiento físico y mental, sin embargo, en ningún momento se alude a este hecho fundamental que constituye no ya el fin, sino que es una constante en todo el proceso, incluso desde antes de comenzar de forma pública con los sistemas para menoscabar sus fuerzas, pasando por la celebración con sus correspondientes banderillas, puyas, estoques y descabellos y acabando con la agonía final y la muerte del toro, que pone colofón a la vergonzosa degollina.

La angustia del animal se ignora por completo en dicha legislación, por eso llama la atención una frase contenida en el R.D. que la acompaña: "Mención particular exigen las instalaciones de enfermerías y servicios médicos, por los riesgos que los espectáculos taurinos entrañan para quienes intervienen en ellos...". Y el toro, ¿no interviene?, ¿no es acáso la figura principal e inexcusable para este Circo Romano del S. XXI?. Lo suyo no es riesgo, no se trata de la proximidad o de la probabilidad de un daño, en su caso la certeza de convertirse en víctima es absoluta, de hecho de eso se trata, pero para él no hay atención médica con el objeto curar sus heridas, sólo veterinarios que certifican su muerte una vez que ha pasado por las manos de los verdugos.

Así las cosas nos encontramos con que los toros están situados entre dos pelotones de ejecución: el de la omisión y el de la acción. Omisión porque en la raquítica protección con que los animales cuentan en España, contemplada de un modo casi insultante por lo escaso en unos cuantos artículos del Código Penal, la tauromaquia constituye una incomprensible excepción, como si el martirio de un toro fuese más justificable que el de un perro. Y por acción al encontrarse regulada por una normativa que pretende dotar de legitimidad lo que no es más que inmoralidad, un engendro legal entre cuyos renglones, por muy académica que sea la terminología empleada, se derrama la sangre la víctima inocente, el toro, aunque su cobarde tortura se intente rodear de la parafernalia funesta que siempre acompaña al mundo de la tauromaquia.

Las leyes están escritas por grupos de hombres, redactadas a su medida y conveniencia y en no pocas ocasiones a lo largo de la Historia, su existencia ha servido para justificar todo tipo de atropellos y de desmanes cometidos contra seres vivos de su misma especie o de otras. Y eso ha ocurrido hasta que afortunadamente, con el tiempo, la cordura y la lucidez se han impuesto logrando que se aboliesen tan infames preceptos y la patente de corso que su existencia suponía para que unos cuantos, socavasen los derechos incluso fundamentales de otros con total impunidad.

Pero tales cambios no se han producido de un modo espontáneo nunca, siempre ha habido detrás un movimiento, exiguo en sus comienzos, que ha gestado esas transformaciones, enfrentándose habitualmente en un principio tanto con la mayoría de la Sociedad, instalada en su egoísmo y en la indiferencia ante tragedias ajenas, como con los órganos de poder, muy cómodos y seguros en su inmovilismo. A menudo estas iniciativas les han supuesto graves consecuencias hasta físicas a sus promotores y aunque al final se ha conseguido que las reivindicaciones se convirtiesen en realidad, lo cierto es que la mayor parte de las veces aquellos que las impulsaron no llegaron a verlo. Así como el pasado está jalonado de usanzas hoy valoradas como canalladas, ciertas prácticas del presente merecerán un idéntico juicio en el futuro.

Lo anterior me sirve de base para lo siguiente, de base y de tranquilidad para saber, al menos ante mi conciencia, que estoy obrando correctamente, cuando digo que siento un inmenso desprecio tanto por una Leyes de Protección Animal que no son más que un miserable recurso tacaño y sin apenas efectividad para curarse en salud los responsables de su redacción, como por ese Reglamento Taurino infamante, un ejemplo sangrante de cómo los recursos oficiales pueden atender a intereses tan indignos, que son capaces de ponerse al servicio de los más bajos instintos y de la violencia ejercida sobre seres indefensos.

Se habla en él de todas las cuestiones de procedimiento en esta tortura institucionalizada, se ocupa de numerosos detalles de forma, pero es dramático comprobar como ignora en todo momento lo que conforma el elemento indispensable en la tauromaquia, el intenso sufrimiento del toro. Resulta estremecedor leer acerca de las características que debe de cumplir por ejemplo el estoque, cuando no se está haciendo más que detallar los requisitos exigidos a un instrumento que servirá para atravesar el cuerpo del toro, reventándole las entrañas y marcando el principio del todavía prolongado y tortuoso final de su martirio, un padecimiento que empieza mucho tiempo antes, años, cuando es sometido a las tientas.

Esa descripción es como si en alguna normativa, se nos ilustrase acerca del peso y composición exigidos para las piedras con las que llevar a cabo lapidaciones públicas. Claro, ahora vendrán de nuevo los de antes, los puristas de la lengua y de la ética antropocentrista, vociferando escandalizados que nada tiene que ver el sufrimiento de un toro con el de una persona. Cuestiones fisiológicas aparte, que sitúan ambos en planos bastante similares, lo que hay que pensar es que en los dos casos el ideólogo y autor material es el hombre, por lo tanto con independencia de la víctima, la bajeza moral de su acción y su encarnizamiento con seres desvalidos es una realidad incontestable. Como también lo es el enaltecimiento del suplicio de una criatura y que eso, a día de hoy, sirva para que unos pocos individuos indecentes se llenen los bolsillos y aquellos que se declaran aficionados, disfruten ante un espectáculo despiadado.

Mi subversión, de la que algunos me acusarán, la etiqueta de inadaptado o la de ecoterrorista que me colgarán los que sólo pueden echar mano del insulto para rebatir estos argumentos, las asumo con absoluta tranquilidad, pues poco me importan los calificativos que se me apliquen cuando me vienen otorgados por expresar mi rechazo tajante a la crueldad con los animales, y la coherencia con esa postura, me exige declarar las nauseas que me inspiran los textos legales de cualquier naturaleza, que amparan, justifican o eluden la condena de exhibiciones de ese tipo, tan extendidas y denigrantes como la tauromaquia. Si Señores, la Ley, en ocasiones, me produce asco. Esta es una de ellas.

Julio Ortega Fraile

www.findelmaltratoanimal.blogspot.com

 

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