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7 abr 2009

Los chimpancés cambian carne por sexo





Actualizado 07-04-2009 19:59 CET

Los pillaron in fraganti, ofreciéndoles a ellas cachos de carne con la lúbrica finalidad de obtener sus favores sexuales. Hay pruebas irrebatibles: las observaciones realizadas en plena selva africana por los primatólogos del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Leipzig, Alemania).
Cristina M. Gomes

Los criterios por los cuales las hembras de los chimpancés eligen a sus compañeros de apareamiento eran desconocidos. Conscientes de que no había otro modo de dilucidar el misterio que hacerlo sobre el terreno, los expertos del Max Planck viajaron al parque natural Tai de Costa de Marfil, donde habitan tales primates. Sabían que los machos comparten sus piezas de caza con hembras que no participan en las cacerías, y aunque se olían un toma y daca, no disponían de pruebas fehacientes del intercambio carnal.

Una vez allí, los investigadores se pusieron a observar la conducta de las hembras y contabilizaron sus parejas. Previamente, se habían asegurado de que se trataba de hembras con capacidad de elección, pues en algunas manadas la coacción de los machos les deja sin margen de decisión.

¡Y consiguieron las pruebas! Tras presenciar 262 cópulas, Cristina M. Gomes y Christophe Boesch comprobaron cómo las hembras se apareaban con más frecuencia con los machos que habían compartido su carne con ellas al menos en una ocasión, respecto de quienes no les habían dado nada. O sea: mostrarse generoso con el botín duplica la posibilidad de darse un revolcón en la hojarasca, afirman en un artículo publicado en PLoS ONE.

"Nuestro estudio indica que los chimpancés salvajes cambian carne por sexo, y lo hacen con miras al largo plazo", comenta Gomes. Un buen trato para ambas partes: los machos mejoran su vida sexual y las hembras aumentan su ingesta calórica sin correr peligros ni sufrir el desgaste de fuerzas que implica la caza. "El descubrimiento refuerza las crecientes evidencias de que los chimpancés pueden pensar en el pasado y en el futuro, lo cual influencia su conducta presente", apunta su colega Boesch.

Hasta aquí, cosas de monos. Pero los investigadores no se limitan al reino animal: quieren proyectar sus hallazgos sobre las sociedades humanas. Parten del hecho de que en las bandas de cazadores-recolectores, los mejores cazadores tienen más mujeres e hijos que los demás varones. Y aunque de los monos a los humanos hay una gran distancia, los expertos no temen franquearla: "Este hallazgo tendrá un impacto en nuestro conocimiento de las relaciones entre hombres y mujeres; sobre todo si estudios similares demuestran que los beneficios nutricionales directos que ellas reciben de los cazadores en tales comunidades también determinan las relaciones entre éxito reproductivo y destreza cinegética", expresa Gomes.

No deja de asombrarme la facilidad con la que los etólogos trasladan sus descubrimientos al ámbito de la cultura. Me recuerda un viejo chiste acerca de dos equipos científicos, estadounidenses y soviéticos, que estudiaban las mismas ratas de laboratorio. En un congreso, los comunistas afirmaban haber observado el espíritu colectivo de los roedores y la disposición de los individuos a sacrificarse por la manada; los estadounidenses, por el contrario, habían constatado su individualismo, patente en la iniciativa y creatividad de las ratas tomadas por separado. Hablaban de las mismas criaturas, pero cada equipo las veía a través del prisma de sus preconceptos.

En primatología, en particular, los inocentes monos vienen siendo usados para justificar o refutar teorías acerca de la naturalidad de la supremacía masculina o de la igualdad de los sexos (y muchas polémicas giran en torno a la caza y su influencia en los roles sociales). Los investigadores del Max Plank deberían tenerlo presente antes de sacar conclusiones apresuradas.

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